Sabek es un pintor callejero, un diseñador de enormes murales que ha viajado por medio mundo plasmando su arte en elementos arquitectónicos urbanos, además es el creador del mural de La Cantina de Las Rozas. Pasó por Sputnik y nos contó unas cuantas cosas sobre sus pinturas, sus influencias, su evolución y cómo aterrizó en la escalada.

Cada vez es más difícil ver a Sabek (Madrid, 1985) por Sputnik, adonde acude a escalar entre viaje y viaje. Y es que en la última década este diseñador gráfico, pintor y muralista se ha convertido en una de las referencias mundiales del arte urbano. Su trabajo es demandado en Moscú, París, Barcelona, Mallorca, Miami, Berlín, Nueva York, Atlanta, Ibiza, San Isidro (Cuba), Shangai…, por citar solo algunas ciudades que lucen enormes fachadas intervenidas por el artista o exponen sus obras en galerías de arte.

En el camino recorrido desde sus orígenes en el grafiti hasta su actual trabajo realizando encargos mastodónticos financiados por importantes firmas, Sabek ha experimentado con distintas técnicas, su lenguaje ha evolucionado y ha ido sumando influencias. Durante el proceso, sin embargo, la misión se ha mantenido intacta: inyectar naturaleza salvaje en las entrañas de la metrópoli.

 

Moscú, 2019.
Moscú, 2019.

 

Sabek, ¿de qué barrio vienes?
He vivido en Prosperidad, en Vallecas y en Lavapiés.

Anda, qué decepción, ¡yo te ubicaba en el extrarradio!
[Risas] No, no, pero tengo muchos colegas por allí.

¿Nos hablas de tus comienzos, de la calle, el grafiti?
Empecé a pintar grafiti en cierres, en trenes, firmas… con amigos con los que empezaba. Yo al principio veía el grafiti como muy lejano, pero al juntarme en esa época con gente que estaba pintando me llamó mucho la atención y enseguida esa sinergia que generamos nos hizo evolucionar hacia muros más elaborados, a meter más color, a hacer alguna figura. Eso me llevó a pintar en fábricas abandonadas usando pértigas y llegué al mundo del arte urbano y después a que me invitaran a pintar edificios enormes.

¿Qué es el grafiti?
El grafiti es expresión en el espacio público… El grafiti es un ente que está en continua transformación… Una forma de vida para mucha gente…

¿Existe un código, tiene que cumplir unos requisitos?
Si lo comparas con otras disciplinas, como el arte urbano, pues sí que tiene que cumplir ciertos requisitos. Hay gente muy purista que defiende que tiene que ser “ilegal” y en la calle, y luego están los ultrapuristas, que no aceptan un grafiti que no se haya hecho con pintura robada…

Entonces cualquier pintada, firma… ilegal y en la calle, ¿es grafiti?
Para mí, sí. Para otra gente, no. Yo creo que si alguien tiene ganas de expresarse en la calle y lo hace de manera voluntaria e ilegal, pues eso es grafiti. Yo lo entendí en su momento como una reivindicación del espacio público, pero para otra gente, pues no. Hablo desde mi perspectiva, no hay una enciclopedia que defina el grafiti.

Exposición Nature Noire, París 2018.
Exposición Nature Noire, París 2018.

 

¿El grafiti tiene sentido fuera de una ciudad, por ejemplo en una roca?
¡Ni de coña! Jamás. No way! Eso no se puede llamar grafiti; los chavales que hacen eso no entienden nada. Si hay algo hecho por el hombre, como una torre de alta tensión, a lo mejor no tiene todo el sentido del mundo, pero, para mí, es lícito.

Háblanos de esa “reivindicación del espacio público” que has citado antes.
Reivindicas tu parcela de expresión frente al bombardeo de publicidad constante, el cemento gris, y horrible, que te impone el Ayuntamiento, una amalgama de pinturas que no tienen ningún sentido… En definitiva, tu derecho a expresarte en la calle y mandar un mensaje. Sí, en el fondo es muy egocéntrico y hasta “fascista”, porque obligas a otra gente a comerse lo que tú quieres que ellos vean. Pero creo que se produce un balance que es necesario entre lo que tú quieres expresar y la gente puede ver.

Hay un momento en que empiezas a intervenir edificios abandonados y te distancias de esa vertiente más callejera e ilegal.
Hubo una época en que compaginé las dos cosas. Con un grupo de colegas me dedicaba a intervenir edificios abandonados alrededor de Madrid, pintábamos muros enormes con pértigas, con recursos muy limitados (a lo mejor tres o cuatro botes de pintura) sacando el máximo provecho.

¿Y ahora te dedicas a tiempo completo a los grandes murales o lo compaginas con el grafiti?
Yo ahora mismo no puedo decir que pinte grafiti, aunque haga alguna acción de vez en cuando. Grafiti es un término muy serio, hay que estar dentro 24/7, “pintar en la calle” es algo que se me queda un poco lejano, como algo anecdótico para mí. Sigo pintando espacios abandonados, por supuesto; sigo buscando parcelas para expresarme libremente sin ningún tipo de traba. El cambio se produce cuando te invita un festival, una marca, una institución… para realizar un trabajo… comisionado, por así decirlo. Y eso comenzó hace mucho tiempo, en 2013, cuando me invitaron a un festival en Nepal e hice mi primer muro “comisionado”: con toda la pintura que necesitaba, un fee, alojamiento pagado… Eso derivó en otro, y en otro, y en otro…

Café en La Cantina de Sputnik.
Café en La Cantina de Sputnik.

 

¿Y cómo demonios llega el nombre de Sabek a Nepal!
Porque pasé un año en el sudeste asiático: seis meses en Malasia y el resto en Camboya, Tailandia, Laos y Nepal. Estuve pintando en algunos sitios, tenía contactos y me invitaron al festival. El siguiente fue en Zaragoza en el Festival Asalto.

¿Cómo se financian estos festivales, quién paga los materiales, a los artistas…?
Depende: instituciones, marcas, gente por cuenta propia que quiere desarrollar un proyecto…

¿Y tú, aceptas cualquier encargo?
No.

¿Cuándo no?
No quiero vincularme con gente que no cumple unos requisitos, una filosofía de trabajo, tampoco con una marca si no me gusta lo que hay detrás.

¿Cuál es el mural más grande que has pintado?
En Rusia, uno de 58 metros de alto, 17 plantas. Creo que es ese… Bueno, hubo otro, de 100 metros de ancho y 17 de alto, también en Rusia.

Camprovín (La Rioja), 2018.
Camprovín (La Rioja), 2018.

 

Explícanos cómo es el proceso desde que arranca el proyecto hasta que empiezas a pintar. ¿Cómo trasladas el diseño al lienzo?
Hay varias técnicas. Yo hago lo que llamo una neocuadrícula: pinto lo que sea en la pared, la cara de Bart Simpson, una mini polla, un seis y un cuatro… lo que sea, y luego con el ordenador traslado el boceto con opacidad al muro, pinto la cuadrícula en el muro y esas líneas de referencia me ayudan a trazar el dibujo.

¿Y la logística para moverte por la fachada?
Siempre con grúa, con plataforma elevadora o un andamio.

¿Dónde arranca esta tradición muralista, quizás en Centroamérica?
Posiblemente, hay mucha tradición. Es un oficio bastante antiguo allí, son pioneros. Existen fachadas pintadas en los ochenta, en los setenta… incluso antes.

¿Qué quieres transmitir con tu obra? ¿Depende del espacio, de su ubicación…?
La conexión con el entorno natural existe siempre; para mí es lo más valioso y es algo que estamos perdiendo. Y, después, trabajo con elementos específicos de cada lugar.

Arte urbano que reivindica naturaleza…
Al final plasmo imágenes que transmiten algo y que pueden lanzar un mensaje.

Por eso usas figuras de animales, elementos vegetales…
Intento dar protagonismo precisamente a lo que no encontramos en las ciudades, y reivindicar ese espacio que se ha quedado reducido a algo muy pobre, muy triste. Pinto animales totémicos, que infunden poder y respeto; no animales domésticos, porque yo me refiero a los que se encuentran en un entorno libre.

 Mural de La Cantina de Las Rozas en proceso.
Mural de La Cantina de Las Rozas en proceso.

 

Pero en tu obra de hace unos años no veíamos esa reivindicación de la naturaleza, o al menos no era tan evidente.
Yo creo que siempre ha sido así, menos al principio, cuando era más… surrealista. Siempre he mantenido ese mensaje de una manera más o menos explícita.

Has dicho “surrealista”, ¿te interesa el surrealismo de los años 20?
Sí, claro, pero también el surrealismo pop, aunque ahora esté en algo más gráfico, más sintético… Lanzar un mensaje con la menos información posible.

¿En qué te inspirabas cuando comenzaste a pintar fachadas?
En la calle, en el grafiti… Siempre me ha interesado el arte pero no llevaba nada de lo que estudiaba a mi obra, solo tendencia actual. Luego, sí: con el tiempo las influencias han variado muchísimo o son mucho más amplias y con más imaginario personal.

¿Qué influencias?
Hay mucho del arte abstracto, justo en la transición, cuando Kandinsky inicia la revolución. Mira, y hace poco hice una representación de una madona, más bien una “neomadona”. Así que sí, claro, todo es una influencia.

¿El cómic?
Lo fue durante un tiempo, en las figuras, el trazo, pero ahora no. He leído mucho cómic desde siempre. Así que está ahí, es un poso.

¿Y la técnica, depende del soporte?
Sí, por supuesto. Si el soporte es rugoso, ladrillo, tiene grano… pues pinto más con espray, con pistola de airless. Pero si es plano y la superficie está bien, pinto con pincel.

¿Qué nos cuentas del mural de La Cantina de Las Rozas?
Primero fui a conocer el espacio y luego hice unos bocetos. Utilicé colores que estuvieran en sintonía con las presas y usé figuras, como el ave, las garras…, que a mí me evoca la escalada.

Cuando un pintor acaba un cuadro, de alguna forma hay una concepción de perpetuidad, de obra eterna, en cambio un mural en el exterior tiene “los días contados”, es algo efímero, ¿podríamos hablar entonces de “instalación”?
Pero todo queda documentado, con fotos, vídeos… Y ese material va a quedar para siempre. Por eso es importante el trabajo paralelo de fotografía, porque sabes que en dos años la obra va a ser otra muy distinta. Y sí, realmente una pintura mural es una instalación en el espacio público.

He leído que te gusta “el negro, la ausencia de color”, pero no es lo que, a primera vista, se percibe en tu obra.
Seguramente hablaba sobre una etapa en la que solo hacía siluetas y prescindía completamente del color, quería lanzar el mensaje con la mínima información posible. Con siluetas, sombras de animales… Pero ahora mismo no prescindo de nada que yo considere necesario.

Mural para el Festival Concreto en la ciudad brasileña de Fortaleza, 2018.
Mural para el Festival Concreto en la ciudad brasileña de Fortaleza, 2018.

 

Sabek, que no hemos hablado aún de la escalada. ¿Cómo aterrizas en nuestro planeta?
Por un amigo de Moratalaz. Fui al roco de Rivas y se me dio muy bien. Empecé a hacer mucho bloque y también cuerda. En el centro social La Tabacalera de Madrid, en Lavapiés, yo estaba en un grupo de arte urbano, El Keller, y allí conocí a unos cuantos que en el local de al lado hicieron un roco, La Rocolera, compramos material y salíamos todos los fines de semana.

De nuevo la conexión de lo urbano con las salidas al monte, y también con el arte…
Sí, los que escalaban aprendieron a pintar, los que pintaban aprendieron a escalar. Aquello moló. A mí en realidad me interesaba ir al campo, no pisaba el roco, no sabía ni lo que era entrenar, no había hecho una suspensión en mi vida.

¡Eh, que yo te he visto escalando en Sputnik!
[Se ríe]

Y dime para acabar: ¿cómo es tu vida ahora con tanto viaje, exposiciones en París, festivales en Miami…?, ¿ganas mucha pasta?!
Vivo bien [risas]. No me puedo quejar, me mantengo.

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