Lo sentimos, no tenemos ningún truco secreto para conseguir que tu progenie se vuelva loca por ir a escalar contigo. Tampoco creemos que haya una única manera de disfrutar de la escalada juntos. Ana Richart, responsable de Crecer Escalando, nos ayuda a repensar las frases más comunes que usamos cuando escalamos con peques. Y quizás terminen por dedicarse al bádminton pero, sea como sea, estaréis explorando vuestra creatividad.
Hay expresiones que tenemos tan metidas en el tuétano que las empleamos sin reflexionar si realmente transmiten lo que sentimos y pensamos. Esto mismo nos sucede cuando escalamos con niños. De hecho, hay situaciones que reproducimos con ellos que nos parecerían absurdas si nos sucedieran como adultos.
Con esta idea, la psicoterapeuta Beatriz Cazurro realizó una serie de vídeos llamada En sus zapatos. En ellos se reproducen escenas que nos parecerían ridículas como adultos –como que nos obliguen a besar a alguien– y que suelen tener lugar cuando de peques se trata.
Siguiendo esta línea le pedimos a Ana Richart, nuestra compañera responsable de la escuela infantil Crecer Escalando, una selección de las expresiones que más empleamos cuando escalamos con niños, para ver cómo nos sentarían si nos las dijeran a nosotros, y una nueva referencia que ella, como educadora infantil, emplee en sus clases.
¡Cuidado, te puedes caer!
Estás en Cuenca, escalando con fluidez tu proyecto y parece que vas a encadenar esta vía que tanto estás disfrutando cuando, unos metros más abajo, la persona que te asegura grita: “¡Cuidado, que te puedes caer!”. Y entonces vas y te caes. Bien porque te has desconcentrado o porque esa prevención, sencillamente, ha abierto la puerta en tu mente de que caerse es una opción, lejos de ayudarte, ese comentario te ha roto la concentración.
Pues algo así es lo que ocurre cuando voceamos a los niños advirtiéndoles de que se pueden caer: que se caen, aunque estuvieran trepando tan tranquilos.
Podemos reconocer que el nerviosismo es nuestro y evitamos transferirles esa sensación que ellos a lo mejor no tienen.
Si nuestra intención es que presten atención a una sección en la que reparamos en un peligro o dificultad, podemos precisamente pedirles que observen sus manos o pies antes de seguir avanzando e incluso, y si es el caso, transmitirles que somos nosotros los que tenemos miedo al verles tan altos o en un lugar que nosotros –y no ellos– consideramos problemático. De esta manera podemos reconocer que el nerviosismo es nuestro y evitamos transferirles esa sensación que ellos a lo mejor no tienen.
¿Tienes miedo? ¡No pasa nada!
No sabes cómo pero estás escalando la Gálvez-Pascual al Yelmo, bautizada como un “clásico de los sartenazos”. La próxima chapa está tan lejos que necesitas unos prismáticos para verla, notas cómo la goma de tus gatos comienza a recalentarse y vaticinas que te vas a meter el cerillazo de tu vida. Allá abajo en la reunión, tu compi de cordada te mira con la complacencia de quien disfruta de un soleado día en el campo. Cuando ve cómo tus pantorrillas comienzan a temblar, va y te larga un reposado: “¿No me digas que tienes miedo? ¡Venga! ¡Pero si no pasa nada!”. Si llegas con vida hasta la próxima reunión posiblemente puedas consumar el estrangulamiento.
Cuando empleamos una frase de este estilo en la que tratamos de rebajar la importancia del miedo, llanto o angustia, nuestra intención es la de calmar a la otra persona. Sin embargo, más que quitar hierro a la emoción, Ana sugiere tratar de darle espacio en lugar de negarla y validar el miedo que el niño o niña esté sintiendo en ese momento con frases como “Veo que estás asustado, es normal, estás muy alto”. Si, cuando los niños sienten miedo o cualquier otra emoción que les abrume, ofrecemos una respuesta empática, ellos se sentirán con más capacidad de enfrentar esa situación que les asusta, buscar su estrategia para salvarla y dar paso a otra cosa.
¡Muy bien, has llegado arriba!
Has venido con tus amigos a Hoyamoros y te ves subiendo bloques como quien devora uvas en Nochevieja. Cada vez que completas un nuevo problema reclamas la atención de tus compis y hasta que estos no alaban tu logro no te bajas del meño, como si lo significativo fuera recibir el aplauso de los demás y no el trayecto, con toda su experiencia, que has desarrollado hasta alcanzar el top.
El refuerzo positivo es una manera de tratar de transmitir confianza en las niñas y niños. Pero también puede vaciar de sentido las actitudes o actividades mismas.
En palabras más elegantes lo dijo John Long: “La cima no significa nada, la pared todo”.
El refuerzo positivo es una manera de tratar de transmitir confianza en las niñas y niños. Pero también puede vaciar de sentido las actitudes o actividades mismas, es decir, no las hacemos por lo que experimentamos mientras escalamos, corremos o jugamos, sino por el reconocimiento que nos reportan, que generalmente se mide en términos de bien y mal.
En su lugar, Ana nos propone observar de manera objetiva qué ha hecho el niño y preguntarle cómo se ha sentido con la experiencia o con aquello que ha logrado: “Has llegado hasta arriba –hasta la presa verde o el punto que sea–. ¿Te ha gustado? ¿Cómo te sientes”. De esta manera ponemos en el centro sus propias sensaciones y autoconfianza en lugar de los elogios de los demás.
Sube la mano, coge esa presa. Ahora mueve el pie…
Llevas ya unos cuantos pegues y no logras superar una panza que hay en mitad de la vía. Quien te asegura, que ya se conoce esta ruta, te recita pacientemente los movimientos que tienes que dar para salvar ese trecho. Una secuencia que parece sencilla y sin embargo…, a ti no te sale. Con los dedos chamuscados de intentar una y otra vez los mismos pasos, te bajas sin haber resuelto la vía. Tu compi, a quien sacas dos cabezas, te dice con exasperación: “Bloqueas, subes mucho los pies y te lanzas a por la siguiente presa. ¡Es fácil”. Lo será, pero para ti no funciona así, necesitas encontrar tu propio método.
¿No estamos de acuerdo en que una de las maravillas de la escalada es que no hay dos personas que resuelvan un paso de la misma manera?
Quien más quien menos, todos hemos flasheado una vía, cantando todos los movimientos como si fuera La traviata. Con el ánimo de ayudar, puede que estemos imponiendo nuestra manera de resolver una determinada vía. Pero, ¿no estamos de acuerdo en que una de las maravillas de la escalada es que no hay dos personas que resuelvan un paso de la misma manera? Con los niños ocurre igual.
Ellos lo van a hacer a su manera. Sin adjetivos. Y como acompañantes, lo que podemos hacer es confiar en que están explorando el entorno y su cuerpo en él, empleando sus recursos y obteniendo sus propias soluciones a un problema. Comprobar la creatividad con que resuelven una situación puede resultar más excitante que verles alcanzar el top.
Pista extra
Le preguntamos a Ana qué fórmula le gusta a ella para relacionarse con los peques que participan en la escuela de escalada y nos revela lo siguiente: a ella le gusta hacer referencia a las emociones que está sintiendo en cada momento. Así pone énfasis en su propia experiencia, les invita a que ellos hagan lo mismo y se adueñen de sus emociones.
Así que, recogiendo la iniciativa de nuestra compañera, os confieso lo siguiente: escribir este reportaje me ha supuesto un cambio de paradigma, al abrirme a la capacidad de acompañar a los demás en la escalada según su propia experiencia creativa. Porque este cambio de foco resulta válido tanto con niños como con adultos.