En nuestra comunidad de escaladores existen historias sencillas y a la vez asombrosas que merecen la pena ser contadas. Eso nos pasó al conocer a Carla Gómez (Cantabria, 1996). Había dejado de escalar porque le daba miedo hacerlo sola hasta que un día decidió enfrentarse a ello y regresar al roco por su cuenta. Su experiencia nos pareció universal y por eso nos entrevistamos con ella, porque confiamos profundamente en que, cuando nos atrevemos a enfrentar nuestros miedos –y eso, cuando escalas, es algo que suele suceder– detrás se esconde un maravilloso descubrimiento. Te invitamos a un recorrido narrativo y fotográfico por la vivencia de Carla que podría ser la tuya o la de cualquier persona allegada a ti.

Enamorarse de la escalada

Empecé a escalar hace cuatro años con mi expareja. Soy de Cantabria y vine a Madrid para vivir. Me enamoré de escalar y, cuando compartes un hobby, es muy fácil ir acompañada. Me sentía respaldada. 

Llevábamos mucha vida de montaña, era la pasión de los dos. Pero, cosas de la vida, todo eso se rompió. En ese momento, hace como un año, yo estaba muy sola en Madrid, haciendo nuevas amistades pero no tenían ese mismo estilo de vida que a mí me gustaba. 

La zona de confort

Puede que fuera la comodidad de no arriesgarme o no enfrentarme al miedo y quedarme en mi zona de confort, pero lo que hice fue adaptarme al ritmo de vida de la gente a la que estaba conociendo. Era un estilo de vida muy fácil pero que no me llenaba. Todo lo contrario: me hacía sentir bastante mal. De lunes a viernes trabajaba y los fines de semana me dedicaba a salir. Entré en un bucle de fiesta y resaca. Empecé a encontrarme mal, con problemas de ansiedad y mucha tristeza y no encontraba bien cómo salir de ahí. 

Echaba de menos la escalada, las rutas de montaña, la naturaleza. Yo venía de hacer vivac, perderme en la montaña…, ahí es donde yo era feliz. Pero no era capaz de hacerlo sola. 

Un punto de inflexión

Fue uno de esos domingos de resaca en que me dije: esto no lo quiero. No quería forzarme a hacer algo muy bestia, porque no podía salir bien, así que me pregunté: ¿qué puedo llegar a hacer yo sola ahora? Algo que me llene y me abra un poco las puertas. ¡No iba a empezar por comprar un vuelo internacional porque ahí iba a colapsar! Así que me cogí una noche de hotel para mí sola en Rascafría. Sola y lo suficientemente cerca de casa para volver si lo necesitaba. 

Recuerdo de ir en coche temblando. Mis amigos estaban en un cumpleaños y recuerdo pensar que yo también estaría muy cómoda con ellos. Pero esto que estaba haciendo me iba a aportar y la fiesta, no. Fue una de las mejores noches que he tenido en mi vida. Me encontraba tranquila, dormí mucho, me desperté pronto… y sentí que por ahí iba bien. Y ese fue el principio. Tenía que volver a escalar. Sola. 

Mujer escalar sola Sputnik02

Cruzar –sola– la puerta del rocódromo

El primer día que vine a Sputnik Las Rozas estaba muy nerviosa. Me preocupaba que no hubiera mucha gente y me daba vergüenza pensar en cómo se me daría después de tanto tiempo. Me daba miedo también sentirme observada, sexualizada. Había tenido experiencias en los gimnasios donde alguien te toca de más o te hacen sentir incómoda. En ese momento quería escalar así que me dije: vale, yo entro y, si me veo muy mal, ¡me voy!

Un espacio seguro

Comencé subiendo a la sala de máquinas. Al ser una sala más pequeña y con menos gente me ayudó a tranquilizarme. Estuve como media hora calentando y mentalizándome y, cuando bajé los nervios, me fui a la sala de vías. Y entonces los nervios se convirtieron en ilusión. Me sentí orgullosa de estar ahí. Pensar que, aunque llevara tiempo sin practicar sabía escalar, me hizo sentir más tranquila. Podía empezar con vías sencillas, poco a poco y, si me caía, pues no pasaba nada. Comencé a escalar y me di cuenta de que mi nivel no era tan bajo como creía. Se me cansaban los brazos pero ¡lo había conseguido! ¡Había vuelto a escalar!

Me he dado cuenta de que el mal trago es la primera vez que entras sola porque, una vez que estás dentro, cada uno está a lo suyo y es un ambiente tranquilo. 

Creencias que nos limitan

A mí me daba miedo y vergüenza ir a un restaurante sola, temía sentirme observada o juzgada. Como si la gente fuera a pensar “¿qué hace esta chica sola?, ¿qué le ha pasado?”. Enfrentarme a este miedo me hizo descubrir cuál es mi personalidad y a no temer mi fuerza y sensibilidad. Esto me ha permitido ser más segura, ahora me encanta socializar en el roco o en la montaña, porque aquí tienes siempre la sensación de que quien se acerca es para ayudarte. ¡Solo tienes que fijarte en el mero hecho de cuando te ayudas a cambiarte el autoseguro con otra persona!

La gente que nos gusta la escalada tenemos siempre algo en común y eso se nota en cómo se relaciona la gente aquí, aunque no se conozca, y eso también pasa cuando vienes sola. 

La escalada como reflejo de la vida

Desde ese día, he vuelto a incluir la escalada en mi vida. No significa que ya no tenga miedos o que no me cueste venir sola de vez en cuando pero ahora sé que puedo hacerlo. Sé que el miedo se combate con acción. Que a mí me ha ayudado salir de la zona de confort para encontrar lo que realmente me llenaba.

Y si algo he aprendido en este camino es que la escalada, como la vida, es un proceso. Caerse, volver a intentarlo, probar de nuevo. 

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