Salvador Rivas, un personaje clave en la historia de la escalada de las décadas de los 50, 60 y 70, falleció en agosto de 2020. Unos años antes tuvimos la suerte de charlar largo y tendido con él. Nos hemos acordado de que Peñalara, su club de toda la vida, ha cumplido 110 años de historia y nos ha parecido un buen momento para sacar a la luz las grabaciones de aquel día inolvidable para nosotros.

“Don Salvador os puede recibir hoy”, nos anunció amablemente el portero de la finca donde residía Salvador Rivas, en el municipio madrileño de Pozuelo de Alarcón. Habíamos intentado hacer la entrevista en otras ocasiones pero Rivas, que por aquel entonces (verano de 2015), ya contaba con 81 años, pasaba por algunos problemas de salud y pospuso en un par de ocasiones nuestra visita. El motivo de aquella incursión se debía a la producción del corto El Pájaro. Un siglo de escalada en la Pedriza, una pequeña pieza en la que desfilan los aperturistas más representativos del risco, y precisamente Rivas, junto a su amigo Pedro Acuña, firmó en 1956 una de las clásicas, en la cara este.

Aquella tarde, aunque no era el plan, Salvador, además de relatarnos la apertura de la Rivas/Acuña, nos habló de cómo comenzó en la montaña, de su traspaso del Club Alpino al Peñalara, de la escalada en los años 50 y de su visión del alpinismo.

Salvador Rivas 2015 Sputnik Climbing
Salvador Rivas en su casa, 2015.

 

Salvador, ¿cómo y cuándo conociste la montaña y la escalada?
Casi de niño pequeño yo creo, acompañando a mi padre, que era botánico, como yo, y amante de la naturaleza. Le gustaba la bici y yo iba tras él. Debió de ser en la década de los cuarenta, después de la guerra, quizás el año 45, con ocho o nueve años. Escalé por primera vez en La Pedriza en el año 51. Me sentí atraído por La Pedriza, como nos sentíamos todos los “chuparriscos”, que así nos llamaban nuestros amigos montañeros que no se dedicaban a escalar. La primera escalada que hice en La Pedriza debió de ser el Segundo Hermanito, con Pedro Acuña.

Debíais de ser una generación pionera.
Mi generación, la de los 50, no descubrió el mundo. Cuando yo empecé ya había muy buenos escaladores que tuvieron que parar durante la Guerra Civil. En los años de la posguerra, por dificultades económicas, nos movíamos poco, los jóvenes y los mayores. Yo conocí a muchos de la generación de antes de la guerra y escalé con ellos, como Teógenes o Ricardo Rubio, que eran excelentes deportistas, excelentes escaladores, reunían todas las facetas que hoy día se estima que son importantes y necesarias, además del valor y la experiencia para hacer escalada y alpinismo. Yo soy escalador, pero soy sobre todo alpinista, llevo más de 40 años escalando para hacer alpinismo, me gusta mucho la escalada, pero para mí no es otra cosa que un medio más para subir montañas, sobre todo clásicas, muy difíciles, o primeras. Pero los de mi generación eran casi todos escaladores especializados, algunos, los buenos buenos, que no eran ni montañeros, venían con nosotros de vez en cuando y lo hacían mejor porque eran gimnastas. Entonces, claro, la gimnasia, el dominar el cuerpo era fundamental. Yo me di cuenta de eso enseguida, entonces me hice un gimnasta. Claro, ¿para escalar? Sí, pero para escalar en alta montaña. Eso es el alpinismo.

Antes has contado que tu primera escalada en La Pedriza la hiciste con Pedro Acuña, ¿cómo os encontrasteis?
Nos conocimos un poco por casualidad, aunque naturalmente estábamos en un ambiente parecido, él en un club y yo en otro, y coincidimos un sábado en la Plaza de Olavide, donde cogíamos el autobús de Colmenar Viejo y luego allí otro autobús para ir a Manzanares El Real y luego, andando, hasta el refugio Giner. Hablamos del año 51, 52, estábamos los jóvenes y los veteranos, y la mayoría de los jóvenes aprovechaba la organización de Falange, que funcionaba muy bien, con su Centuria de Montañeros, donde se formó una pléyade de grandes alpinistas y de escaladores, jóvenes de mi edad.

En los clubes no hubo derechas ni izquierdas. (…) cuando terminó la guerra lo único que hicieron todos aquellos jóvenes de treinta o de veinte fue sacar sus familias adelante y convivir con el otro que bastante había sufrido.

Pero tú no te uniste…
No, supongo que por respeto a mi padre. Mi padre fue un oficial, teniente, en la guerra que combatió con la República y luego lo castigaron por haber sido malo [se ríe]. Le condenaron a diez años (le amnistiaron después de tres años, hizo oposiciones y pudo ganarse la vida).

¿Existía entonces enemistad entre los hijos de los que habían luchado en uno y otro bando?
Eso es un camelo. Yo nunca entré en ese ambiente [Centuria de Montañeros ] por respeto a mi padre, pero él jamás me dijo que no lo hiciese. Yo tenía amigos de familias del otro bando pero ¡lo supimos después! Antes ni hablábamos de ello, no tenía ningún valor y [el Club] Peñalara es un ejemplo maravilloso de que los estábamos allí no éramos sectarios, éramos alpinistas, montañeros y nos conocíamos, perfectamente convivíamos las derechas y las izquierdas. ¡Si la mayor parte de mis amigos en aquella época procedía del Frente de Juventudes! En los clubes no hubo derechas ni izquierdas. Cada uno se guardaba sus pensamientos, no se hablaba de política, o muy poco, pero no porque nos fueran a dar un palo, sino porque ya habíamos visto bastante desgracias y tanto los que hicieron la guerra con la República como los que la hicieron con los sublevados del ejército de Franco, cuando terminó la guerra, habían sufrido tanto, habían visto tantas cosas horrendas, que lo único que hicieron todos aquellos jóvenes de treinta o de veinte fue sacar sus familias adelante y convivir con el otro que bastante había sufrido. Es muy difícil saber quién mato más.

Ahora está moda entre los jóvenes sentirse de la derecha o de la izquierda. Yo me siento solidario del otro y sobre todo de los alpinistas, y de mis amigos, y nos los elijo ni por su dinero ni por nada, sino porque son buenos tipos y son guays, y ya está.

Salvador Rivas 2015 Sputnik Climbing

¿Tú eres de izquierdas…?
Yo soy libre, y además soy del PSOE, pero no les voto, ¡porque son unos cabrones ladrones [carcajada]! La tercera generación se aprovecha de esto, quieren vivir del cuento, que es muy fácil metiéndose en las políticas si tienes suerte y eres un deshonesto, por eso ha bajado la credibilidad de los ciudadanos. Pero mis ideas han ido cambiando a lo largo de la vida. Creo en la honestidad, la seriedad, la solidaridad… Y soy ateo…. por la desgracia de Dios [carcajada general].

Al entrar en Peñalara, en Gran Vía, cuál sería mi sorpresa que uno se dirigió a mi padre y le dijo “Boti, ¡a sus órdenes!”. Era Miguel Oronoz

¿Y cómo era la relación entre el Club Alpino y el Peñalara? ¿Había piques?
No, no, no. Mi abuelo fue fundador del Club Alpino Español. Yo vengo de una familia de intelectuales, clase media acomodada, catedráticos… gente no rica pero muy culta para la media. Después de la guerra todos éramos pobres. Mi padre, tres años sin ganar una pela, pues ya me dirás cómo vivíamos. Pues a trabajar, sin rencor y agradecidos de ser supervivientes. Bueno, pues yo era del Alpino, porque mi abuelo lo era y también mi padre, y en los 40 me hicieron del Alpino. Empecé ahí. Creamos en el Alpino un grupo de alta montaña (entre los creadores estaba Carlos Soria), pero lo dejé hacia el 54 o 55.

¿Para irte al Peñalara?
Mi padre, cuando empecé a escalar, me dijo “Hijo, si tú quieres escalar, tienes que ir a Peñalara, que es donde están los buenos escaladores”. La anécdota que puedo contar es que en el año 52 me encontré con Florencio Fuentes y con Pepín Foliot (tendrían ya cuarentaytantos años y escalaban muy bien) haciendo esquí de montaña; yo iba solo, mi padre me había enseñado a hacer telemark y me metía por todos lados, y me fui en abril, solo, a bajar por la cara norte de Cabezas de Hierro (yo no había bajado por ahí nunca). Iba yo con mis esquís y mis 15 años y me encontré con ellos, y pensarían “dónde irá este chaval con esos esquís” y me dijeron “Oye, ¿por qué no vamos juntos?”. Les debí de caer muy bien y bajé. Me preguntaron que qué hacía, les dije que me gustaba la montaña, escalar, pero les mentí en la edad, les dije que tenía 18. No debieron de dar mucha fe, con mi cara de niño. Me explicaron que podía apuntarme al club pero tenía que llevar un permiso de mi padre para hacer un curso de hielo y luego ir a La Pedriza y luego a Gredos. Mi padre no me hizo la carta, me dijo “Te voy a acompañar”. Algo insólito en mi padre, no me acompañaba nunca, trabajaba mucho. Al entrar en Peñalara, en Gran Vía (yo ya había ido varias veces, porque tenía allí amiguetes), cuál sería mi sorpresa que uno se dirigió a mi padre y le dijo “Boti, ¡a sus órdenes!”. Era Miguel Oronoz, y es que mi padre estuvo durante la guerra en lo que llamaban “hospitales de sangre”, en unas tiendas de campaña en primera línea donde se llevaba a los muertos y a los heridos (todos sus compañeros murieron allí, pero él tuvo suerte). Y, como sabía esquiar, lo destinaron algún tiempo al Batallón Alpino, en invierno, con escaladores como Teo [Teógenes Díaz], pero eso mi padre no me lo había contado jamás. Así que entró en Peñalara y “¡Boti! ¡No me digas! ¿Qué es de tu vida?”. Teo acababa de salir de la cárcel, a mi padre lo habían amnistiado cinco años antes. Entonces, Teo: “¿Ah, este es tu chico? Hombre…”. Así que caí de pie. Teo me agarró y me dijo, “Oye, pues este verano, si veo que vas bien…”, porque aquella gente era dura de pelar, “te voy a llevar al Naranjo”. Y me llevó él. Y mi padre encantado de que saliera con ellos.

¿Y fuiste con ellos al Pájaro por primera vez?
Qué va. Ellos eran más aguerridos. La Sur del pájaro la hice en el 52 con mi amigo Pedro Acuña. Las chimeneas las subíamos muy bien, peo las cosas técnicas… No sabíamos ni meter clavijas. En el Escudo había que clavar y no teníamos ni idea. En las fotos del manual de Mallafré salía un tío en un desplome con una cuerda atada a la cintura y pasada a un mosquetón y esta a una clavija y el de abajo tirando. Nosotros pensábamos que la escalada artificial era como el que sube un botijo… y no… Allí aprendimos de inmediato que así no se podía subir porque entre otras cosas una de las clavijas que yo metí malamente en cuanto pasé el mosquetón y la cuerda no aguantó y caí encima de mi amigo. Pero había algunas puestas y, luchando, pasamos. Y lo que se hacía en libre pues subíamos.

Salvador Rivas 2015 Sputnik Climbing

 Salir de Madrid sería difícil.
Mi padre entones, cuando iba al Pirineo o a hacer alguna travesía, como yo no trabajaba, pues me daba 50 pesetas, que era un capital. Íbamos en tren, comíamos pan y tomates y guardábamos el dinero para comprarnos un mosquetón bueno o alguna cosa así. Pero todos muy contentos y muy fuertes.

Fuertes…, ¿entrenabais para ir a la montaña?
Me puse a hacer esquí de fondo y me di cuenta enseguida de que había que correr. Después, en la universidad, me puse a hacer velocidad y terminé siendo buen atleta. Y como soy muy obsesivo y muy tenaz, cuando conecté con los gimnastas, me enseñaron cómo se subía, falsamente, pero yo, en mis buenos momentos, entre los 18 y los 30 años, agarraba la barra y hacía BIN BAK, pero de un golpe, eh, y hacía ¡diez seguidas! Claro, estaba fortísimo.

Eso viene bien para la roca.
Los pasos que hacía en La Pedriza difíciles (ahora no me atrevo), eran pasos de séptimo grado en libre. Muchos 6b, 6c. Ahí está el diedro del Camello. En libre total. Éramos Ronaldos [Cristiano], en el sentido físico. Y esa gente [que entrenaba] estaba repartida por el mundo también. Por eso había alpinistas tan buenos. De ahí mi respeto a las generaciones de finales del siglo XIX, XX, escaladores que abrieron vías en las Dolomitas, que yo he repetido… La hostia. Unas cosas… terribles. Luego empezó el artificial, porque hay un límite que ni ahora pasas, ni haciendo octavo. La gran escalada de roca, me gusta mucho, la admiro mucho pero es un medio. Yo conozco a la nueva generación que hace octavo grado, octavo c, octavo b… Si no son alpinistas, no es que no los respete, pues están donde están, en las escuelas de escalada, en vías muy modestas, muy difíciles, claro… Pero yo pasé séptimo grado. Y muchas vías que hacía las cotábamos bajas ¡porque el sexto era el límite de lo posible! La mayoría de los grandes escaladores de dificultad de hoy están refugiados en las escuelas, levantándose las doce de la mañana, a la una… Está muy bien, y es otra cosa. Algunos están fuertes, les gusta la montaña, son buena gente. Con todos yo me llevo muy bien, me encanta verlos, y a mí me conocen muchos: “Ese es Rivas, ¡anda!”.

He comprobado que los alpinistas que resisten 20, 30, 40, 50 años son gente necesariamente, no solo fuerte, sino muy buena gente, porque si hay algo que te hace ser modesto es la montaña. La montaña siempre es más fuerte que tú, y además siempre hay mejores escaladores que tú.

También hay vías muy difíciles en grandes montañas, alpinismo de mucha categoría.
Sí, hay septimogradistas y octavogradistas que son alpinistas y hacen cosas excepcionales, los hay. Y yo los he conocido. He escalado con Messner. Los buenos buenos llevan lo que se hace en las escuelas a las montañas, a los Alpes. Me dice un escalador “yo hago séptimo c”. Ah, pues no tendrás ningún problema en esta vía… Coño, que no le da problema, se pierden, cogen una fisura que no es… Yo aprendí que era preciso no caer, “todo menos caer”. Y ahora, si quieres pasar un séptimo a, un séptimo b y tu nivel está ahí más o menos, pues si has entrado mal, lo único que queda es dejarse caer y eso lo saben hacer muy bien. Pero eso no vale para el alpinismo. “¿Tú has hecho las nortes famosas?”. Sí, el Eiger y todas esas. Hazlas. “Joder, me da miedo”. Sí, a mí también me daba. El alpinismo es andar en cuarto grado como por tu casa y aguantar 20 o 30 largos sin pestañear, y escalando a la vez con tu compañero. No te puedes caer, pero tienes que saber hacerlo. He comprobado que los alpinistas que resisten 20, 30, 40, 50 años son gente necesariamente, no solo fuerte, sino muy buena gente, porque si hay algo que te hace ser modesto es la montaña. La montaña siempre es más fuerte que tú, y además siempre hay mejores escaladores que tú.

Tú estuviste muy vinculado al alpinismo de vanguardia en España y participaste en las primeras expediciones internacionales.
En el 94 me retiré del Himalayismo porque fui para subir la norte del Everest. Estaba entrenadísimo, ese año había hecho yo burradas, la Peuterey, un mes en los Andes… Estaba decidido a subir… Y se mataron varios amigos de la Universidad Complutense y sherpas, porque no me hicieron ni puto caso… Cayeron desde 7100 hasta 6500, iban todos en la misma cuerda. Fue tremendo y aquello me desmoralizó bastante.

[Hacemos una pausa en silencio y volvemos al Pájaro] En el 56 abrís la Rivas/Acuña del Pájaro. ¿Por qué os fijasteis en la cara este Pedro y tú para abrir una vía?
Yo siempre he tenido deseos de aperturista y vi la vía. Todas mis primeras las vi antes. Tampoco es que haya sido un obseso de hacer primeras. También nos especializamos en primeras invernales, primeras absolutas, primeras del barrio, primera de Madrid… Ese era un poco el juego.

 

Salvador Rivas 2015 Sputnik Climbing

¿Ya habíais adquirido más técnica?
Yo, desde bien joven, escalé con los catalanes, con los aragoneses, con los franceses, con todo Dios. Siempre me he movido mucho y he aprendido de todos. De los aragoneses aprendía cosas que venían muy bien para La Pedriza. Allí tienes fisuras ciegas, pero metes una falca de madera y metes al lado un pitón corto… Saber emplear los estribos… En el año 56/57 aprendí artificial en la ENSA, en Chamonix. Y luego, al año siguiente, estuve acabando la carrera en Barcelona y me uní a Anglada, que venía de estudiar en Alemania y ya era un gran escalador, un tipo fenomenal, y vi cómo hacían los techos en artificial. Pero los que empezaron a meter madera y pitón fueron los aragoneses. Y luego eso acabó con los buriles. Mucho más seguro, sobre todo para las reuniones.

¿Y la evolución del calzado?
Hubo de todo. Al principio, en los 40, abarcas, un invento malévolo que me enseñaron: un trozo de goma de neumático y lo lazabas con cuerdas. En Cataluña, donde escalaban en conglomerado pequeñito, escalaban con zapatilla blanda de cáñamo. Los franceses tiraron por otro camino a finales de los 50, las “pedulas”, una zapatilla con goma debajo y palmilla. Pedro Acuña, que era zapatero, hacía botas maravillosas; a mí me gustaba la bota dura sin cerco, como las de Pedro, que cosía al revés, por dentro, y por eso las botas no tenían cerco. Las botas muy rígidas se tenían en punta e hicimos con ellas vías muy buenas, de quinto y sexto. Pero para el conglomerado no valía. Yo he escalado con bota rígida mejor que con pie de gato. Y en las fisuras, la bota rígida engancha. Luego, Yosemite, el off-width, y con pedulas no te tienes y entonces hay que vendarse las manos. Por eso a toda la generación de los 70 la ves con esparadrapo, para meter el puño o la mano y aguantar. Por aquella época yo estaba siempre con las manos ensangrentadas, llena de cicatrices, llena de costras, rotas. Ahí llegamos al límite del apoyo; llegaríamos al 6c fácilmente, con mucha fuerza. Ya con pie de gato bueno (pronto en España tuvimos muy buenos pies de gato) cambió la técnica: pie en pared y te tienes porque haces oposición, escalas arqueado; el pie no apoya, el pie opone, eso es otra técnica, la que ha llevado al séptimo y al octavo grado, a mí eso ya me cogió en el 75. Los pies de gato eran inmejorables para Pedriza, para llambrías. Yo hice las grandes clásicas, como la Guirles del Yelmo, con bota rígida.

La Sur del Pájaro era cuarto superior. Y le dije a Pedro, “Oye, si decimos que esto es más de cuarto superior nos corren a gorrazos. Bueno, podemos decir que es un quinto inferior”

¿A la Rivas/Acuña del Pájaro qué grado le disteis?
Cuarto…

¿Cuarto?…
La Sur del Pájaro era cuarto superior. Y le dije a Pedro, “Oye, si decimos que esto es más de cuarto superior nos corren a gorrazos. Bueno, podemos decir que es un quinto inferior”, porque había algún paso que había que hacer un lanzamiento en las hueveras… Hombre, ¡no un lanzamiento al aire! Ese paso está graduado en 6b+ y así se hizo, pero cómo íbamos a decir sexto grado. ¡No había! Los españoles no teníamos nivel, decíamos nosotros, para hacer sexto grado. Cuando llegábamos a una vía de los Alpes que ponía sexto, nos parecía fácil. Pero ese sexto se refería al conjunto, era una paliza infumable. La graduación ahora sí se hace adecuadamente. Luego enseguida vino el artificial y era la forma de descansar y de poder pasar sin tener tanta fuerza por algunos sitios. La que hice yo con Ayuso, en la Amezúa [Galayos], una escalada que hicimos en los 60, ahí ya estábamos al límite…

 

Salvador Rivas 2015 Sputnik Climbing

Buah, vaya vía difícil.
Sí, es que es difícil. Ese muro lo pasé con Pedro. Luego Pedro se mató en aquel verano del 61, en los Andes. Hicimos la Amezúa por esa vía hasta la vira, afortunadamente ahí sigue el pitón crucial que hay en la placa y que metió Pedro, que era un genio de la astucia; después de varios intentos me decía “Esto lo pongo yo, que tengo una postura para hacerlo”, pim pim, allí, en equilibrio, pim, pim, PUMMM, aquello cantó maravilloso, eso no lo quita ni Dios. Y ahí sigue, desde el año 60.

¿Metisteis buriles en el Pájaro?
No. Nada, nada. A pelo.

¿Cuándo fue la última vez que hiciste la Rivas/Acuña?
No sé, en 2002 o 2003.

¿Cómo ha cambiado el equipamiento de la vía?
Han puesto un buril, las clavijas clásicas buenas están. La última vez que la hice estaba más segura. El que la hace ahora la hace con una dificultad similar a la que hicimos nosotros; ¡es más!, abajo es más difícil ahora porque antes el roble al que te subes para empezar era más alto. Es muy estética y además que permitió pasar sin burilar. A todo el mundo que la hace le gusta mucho.

¿Es tu vía preferida del Pájaro?
No. Hay dos que me gustan más. La que más me gusta es la Sur por la salida de Teógenes, la placa, que es la original. Y luego la Oeste, con ese largo sensacional de diedro que termina en chimenea, una de las tiradas soberbias del Pájaro. La Columna de Hércules me encanta, pero la han maceado, tiene un escalón. Yo nunca he maceado…

Una vida dedicada a la montaña, ¿te sientes afortunado?
La montaña es una pasión maravillosa. Qué suerte haber podido disfrutarla más de 60 años. Lo malo…, que se han quedado muchos amigos en el camino.

Salvador, ¿cómo hubiera sido tu vida sin la escalada?
Hubiera sido totalmente distinta. No creo que viviese ahora. A mí lo que hace vivir es el haberme entrenado fuerte, el optimismo y la ilusión.

Y ya para acabar, ¿te importa presentarte?
Soy Salvador Rivas, alpinista de afición, de vocación y feliz de haber estado más de 60 años escalando con, al menos, cinco o seis generaciones, las que me precedieron, las que me corresponden más las siguientes. Todo eso ha sido un privilegio y soy muy feliz.

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