Su estilo es colorista, espontáneo y un poco naíf. “Lisérgico” ha dicho uno por aquí. Y es que la obra de David Gómez, originada en bocetos improvisados y cuadernos garabateados, ha adquirido viveza, tonos y matices. Te contamos dónde surge su sorprendente vocación artística y te invitamos a pasarte por La Cantina de Sputnik para ver algunos de sus cuadros.

 

Vaya sorpresa. Resulta que ese amigo con el que sueles hablar de montañas, viajes, vino, torreznos… y poco más es un artista, un pintor de verdad. Lo tenía ahí guardado, como en secreto, como esperando a que una vocación latente surgiera de repente a borbotones. Y al final ocurrió.

 

En realidad existían algunos indicios: apuntes de las salidas de campo de la facultad garabateados sin piedad, cuadernos de los cursos de formación de TD1 y TD2 de Montaña y Esquí convertidos en bocetos de cualquier cosa, croquis de excursiones que hacía de niño, mapas trazados en el autobús, libretas de viaje llenas de flores, pájaros y calles de pueblos, dibujos que nacieron en un campamento base o en los ratos en que los clientes dejan al guía en paz…. Nada serio, solo un pasatiempo fruto de imitar a veces, de improvisar otras, mucho de autodidacta, de técnicas aprendidas en algún curso y los consejos de amigos pintores más o menos profesionales, como Jordi Sarrate (antiguo diseñador de la casa Buff), artista, pintor y escultor; Lucía Otero, ilustradora y acuarelista, o Eduardo Laborde Zuloaga, pintor hiperrealista bisnieto del célebre Ignacio Zuloaga.

De alguna forma, lo llevaba en la sangre, porque su madre y su tía trabajaron como acuarelistas profesionales durante 40 años. También pintaban su abuela y su bisabuelo, dejando un legado de obras familiares que influyeron en el pequeño de los Gómez.

Como todos los niños, David Gómez comenzó a pintar montañas. También mapas que se convertían en ilustraciones paisajísticas y después acababan en manos de amigos y más tarde de clientes que entendían mejor cartografías artísticas que un sobrio plano de cordales. Hasta que aquellos mapas y croquis con el paso del tiempo perdieron su función original para convertirse en obras más elaboradas, meditadas y conceptuales que comenzaban a integrar colores y texturas. Durante muchos años, sus mejores dibujos en blanco y negro se fueron “indefectible e inmisericordemente a la papelera cada vez que intentaba algún experimento con los colores”, se lamenta David. “A tinta o a lápiz eran decentes, pero al intentar darles color la cagaba, los destrozaba”.

Su inclinación hacia la acuarela y a obras de pequeño formato, aparte de por el legado familiar que ya hemos citado, se debió fundamentalmente a que llevar a cuestas óleos, un caballete y lienzos del número 120 por las montañas de Alpes y Pirineos no era una idea demasiado inteligente. “Con una cajita de acuarelas y un par de vasitos con agua del río puedes crear paisajes muy fácilmente”.

Y llegó la pandemia y la reclusión. Y David comenzó un gran proyecto con el que ha soñado toda su vida: hacer las Seis Nortes de los Alpes (Cervino, Eiger, Dru, Lavaredo, Piz Badile y Grandes Jorasses). Durante aquellas semanas se desencadenó todo. Además de pintar las nortes alpinas, crecieron los tamaños de las láminas, el trabajo al aire libre se transforma en una labor de estudio acompañado por Grateful Dead y otras bandas psicodélicas, llega la divulgación y una incesante petición de obra original, series numeradas y reproducciones. “Es una sensación sorprendente e inesperada para mí. Todos los días recibo llamadas. Gente que no conozco me para en una zona de escalada y me dice que le gusta mi trabajo. Nunca imaginé algo ni remotamente parecido”, se asombra David.

David Gómez
David Gómez

Materiales

“Uso solo acuarela sobre un dibujo de tinta, previamente hago trazos a lápiz. Intento usar papeles libres de cloro y con gramajes superiores a 250g/m, para que aguanten bien la carga de agua de la acuarela. Me gustan mucho los papeles Canson”.

Temática y técnica

“Pinto sitios que conozco bien; en casi todos he escalado, esquiado, volado o caminado y de muchos de ellos me he bajado y he hecho lo que mas hacemos los alpinistas: pajas mentales sobre tal o cual vía. Cuando pinto una montaña elijo perfiles o siluetas que sean muy reconocibles, y los dibujo sin deformarlos demasiado, quizá solo los simplifico un poco. Después, cuando recreo la pared, la sintetizo mucho, pero intento que aparezcan los detalles mas importantes (un diedro característico, un desplome, una fisura o travesía evidente e importante para la escalada). No quiero hacer una reproducción exacta, ni siquiera ligeramente aproximada, tampoco un croquis. En realidad soy un escalador que pinta, no un pintor, por eso para mí es importante que en la Oeste del Urriellu se reconozca el gran diedro de la Rabadá, la chimenea de ofita verde o los esquistos rojos de la Norte del Vignemale o que en el Eiger se pueda seguir la vía Heckmair”.

Intención

“Supongo que transmitir mi visión de las montañas, un sitio de disfrute y belleza. Nunca me ha gustado la competición de ningún tipo, ni siquiera entre amigos, ni la filosofía de ‘vencer’, ‘conquistar’ una cumbre o una pared. No comparto esa épica trasnochada (y mira que me he comido marrones buenos-buenos). La mía es una perspectiva desenfadada y alejada de la visión clásica, seria y más tradicional”.

Influencias

“La de Ricardo Montoro es ineludible, el pintor de montaña por excelencia en España. Tenemos estilos diferentes, pero una filosofía parecida. Los cuadernos de viaje del gran Eduardo Martinez de Pisón son magníficos y su forma de esquematizar macizos montañosos o cordilleras me resulta impresionante y me sorprende cada vez que los miro. Pero si busco referencias directas, desde luego serían Renan Ozturk, el magnifico Jeremy Collins y, por supuesto y sobre todo, Craig Muderlak”.

Cinco obras

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