Whatsapp, Facebook y los medios de comunicación están que arden. Abres el móvil y tienes 40 conversaciones pendientes de leer, todas con mensajes sobre el coronavirus, muchos de ellos repetidos, contradictorios e incluso falsos. Miguel Santolaya nos cuenta por qué es tan importante cuidar la comunicación en momentos de crisis y propone algunas herramientas para manejar la marea de información. 

¿Por qué necesitamos comunicarnos?

Los humanos somos egoístamente altruistas por naturaleza. Como seres sociales, necesitamos al grupo porque, en momentos de desasosiego, este nos posibilita reducir la incertidumbre, compartir opiniones ante un problema y buscar soluciones en conjunto a las que difícilmente podríamos llegar en solitario.

La tecnología nos permite salvar parte de esa distancia que tenemos que guardar en estos días y encontrar respuestas, alternativas y cierto alivio a las dudas que nos rodean.

Esta necesidad de seguridad se dispara en una situación de aislamiento social, sin referencias claras de cómo debemos actuar como individuos. Es por eso que buscamos ejemplos, instrucciones de cómo comportarnos. Necesitamos que nos digan qué se puede y qué no se debe hacer.

Lo que ocurre es que también tenemos más información al alcance de nuestros pulgares que cualquier otra generación, pero eso siempre no se traduce en algo positivo.

Actuar por imitación

¿Qué pasa si no encontramos modelos de referencia o instrucciones claras? Tendemos al comportamiento errático, porque ¡no sabemos cómo comportarnos! Un ejemplo de esas conductas irracionales sería la compra masiva de papel higiénico, tal y como explica La teoría del aprendizaje social (Bandura, 1973). Y como además somos seres empáticos y lo único que sabemos es que el resto de personas sienten lo mismo que nosotros, actuaremos imitando al resto, copiando estas conductas inciertas.

La incertidumbre afecta negativamente a los comportamientos prosociales (Platt y Huettel, 2008). Por eso si uno ve que las estanterías del supermercado se están vaciando y los carritos de la compra llenos, se pondrá a llenar su carrito también ya que nadie le ha dicho que no vamos a tener problemas de abastecimiento de comida. Diluimos nuestra responsabilidad en la masa.

La palabra importa

Necesitamos mensajes claros e instrucciones específicas para superar la incertidumbre. La clave reside en recibir un mensaje inequívoco y directo de una fuente fiable y contrastada, que no mande mensajes contradictorios ni alarmistas, que evite conjeturas erróneas y exageraciones y que sea eficaz.

Si informamos de las noticias avisando de los beneficios o riesgos colectivos, las conductas de respuesta se harán en pro de la comunidad (Drury y Reicher,2009; Oettingen, Kappes, Guttenberg, y Gollwitzer, 2015), así que es importante prestar atención a dónde ponemos el énfasis. Algunos ejemplos: no es lo mismo hablar de colectivos de riesgo que conductas de riesgo (como con el VIH). En el primer caso estaríamos discriminado a personas, en el segundo advirtiendo sobre actitudes. Tampoco es lo mismo decir que si no vas a trabajar perderás dinero a que si no vas a trabajar estás salvando vidas o que si sales a la calle te puedes poner enfermo a decir que si sales, puedes enfermar a tus vecinos.

La manera en la que exponemos un problema puede determinar que nos quedemos en casa o salgamos a la calle, poniéndonos en riesgo nosotros mismos y a los demás.

El “yo” frente al “nosotros”

Ante una situación de emergencia se ha comprobado que los mensajes colectivos funcionan mejor que los personalizados: Cuando las personas dejan de pensar en términos de ‘yo’ y comienzan a pensar en términos de ‘nosotros’, cuando desarrollan un sentido de identidad social compartida, comienzan a coordinarse, apoyarse mutuamente y asegurarse de que los más necesitados reciban la mayor ayuda (Reicher y Drury, 2009).

Si la amenaza es común, la solución ha de serlo también. Seguimos a nuestros modelos, imitamos y nos gusta compartir. Cuando la amenaza es la misma y la respuesta compartida, la sensación de incertidumbre se diluye y la solución se vuelve más eficaz y aliviadora, entre otras cosas porque nos sentimos unidos y, por ende, más fuertes. Cuando una amenaza se enmarca en términos grupales en lugar de individuales, la respuesta pública es más sólida y más efectiva (Carter, 2013).

Yo te cuido, tú me cuidas 

¿Verdad que no tomamos los mismos riesgos cuando escalamos de primero que cuando estamos asegurando a un compañero? Al asegurar a alguien nos invade una obligación moral de evitar que otros se expongan innecesariamente a riesgos que no podemos controlar. La responsabilidad de tener la vida de tu compañero en tus manos hace que seas más precavido y responsable.

Se ha comprobado que cuando conducimos con niños pequeños somos más precavidos al volante (Platow, Reicher y Haslam, 2009) o un guía de montaña pone al grupo por delante de la cima (lo importante es volver ¡y repetir si se puede!). Es decir, si pensamos en “nosotros” somos más cuidadosos que si pensamos en “yo”.

Tú también eres un informador 

Yendo a lo práctico, ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros con el aluvión de información que nos llega diariamente? Aquí van algunas herramientas que podemos poner en práctica y permitirnos ser más conscientes de qué mensajes estamos transmitiendo:

 

Hechos Acción Genera
La saturación de información no ayuda Leer noticias máximo dos veces al día de fuentes contrastadas Rutinas y reduce la ansiedad de estar informados permanentemente
La incertidumbre genera ansiedad No des noticias alarmistas sin contrastar. Las noticias siempre en pro del grupo, no del individuo Responsabilidad grupal y toma de decisiones colectiva
Si te cuidas estás cuidando al resto

 

Regula tus emociones a la hora de dar noticias Tranquilidad y compromiso con las normas
El significado importa Carga de significado realista y valor tu noticia Convicción y responsabilidad
Juzgar influye sobre la motivación Antes de juzgar una noticia contrasta la fuente Valor y motivación a tu discurso

 

Lo importante es la motivación

Cuando las acciones individuales se convierten en cuestiones comunitarias, es la propia motivación y la presión colectiva la que evita que se transgredan las normas. Si, por ejemplo, queremos que la gente no salga de casa, tenemos que cambiar las motivaciones individuales (me quedo en casa porque así evito contagios y apoyo al personal sanitario en lugar de “estoy obligado a encerrarme en casa”) y ejercer una presión colectiva de responsabilidad (interna) y en todo caso de desaprobación ante la transgresión (externa), ya que la mejor regulación es la autorregulación colectiva (Reicher et al., 2004).

Si creamos normas claras sobre el bienestar de la comunidad, dependeremos menos de agentes externos (noticas sin contrastar, bulos, sobreinformación, …) y podremos regular nuestros propios comportamientos.

Por Miguel Santolaya
Psicólogo deportivo, profesor en la Universidad Autónoma de Madrid

Referencias

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