Adhara Freile y el azar de las acuarelas

Las ilustraciones de Adhara Freile se mueven entre lo onírico y lo real. Como su carácter. En sus acuarelas –una técnica compleja e incierta– mujeres «soñadoras y desafiantes» se entremezclan con cielos estrellados, animales marinos y cumbres nevadas. Durante todo el mes de marzo podrás disfrutar de su exposición en Sputnik Alcobendas. En El Cohete hablamos con la artista sobre la impronta que el mar y la montaña han dejado tanto en su biografía como en su obra.

Cielo. Cuando nació en 1985 sus padres debían estar mirándolo, quizás por eso le pusieron de nombre Adhara, una de las estrellas más brillantes del firmamento y perteneciente a la constelación Canis Major. Quizás eso también marcara su personalidad, entre imaginativa y terrenal.

Viajar. Pasó su infancia entre Cantabria y Tarifa. A sus padres les encantaba viajar, y, a pesar de las dificultades logísticas o económicas, tener cuatro hijos no fue un impedimento para continuar haciéndolo: había hueco para todo dentro de su Nissan Vanette.

Montaña. En Cantabria aprendió a amarla. Sus padres, que no temían el exceso de equipaje, se pertrechaban con todo lo necesario para pasar un fin de semana acampando en el monte con sus hijos. Hacían hogueras –»cuando aún se podía»–, contaban historias y cantaban en torno al fuego. Aquello se agarró a la piel de Adhara como el olor a humo se queda en la ropa.

Mar. Viajaban a donde fuera, a Marruecos o a Pirineos para ir a esquiar. Siempre con la Vanette. En uno de esas aventuras recalaron en Tarifa y fue amor a primera vista porque al poco la familia decidió mudarse allí.

Estrellas. De adolescente Adhara se tumbaba en su cama a mirar La noche estrellada de Van Gogh. Quién sabe, quizás se parecía mucho al cielo de Pedreña. «Su vibración me emocionaba profundamente y me inspiraba», nos cuenta.

Arte. La estudió en Córdoba y Restauración en Granada. luego saltó a Florencia (Italia) y Poznan (Polonia) para continuar formándose. Allí aprendió a viajar con poco dinero, hacer autoestop y a preparar pasta con tomate y que supiera siempre distinto. También aprendió mucho de arte, claro.

Diálogo. Para ella dibujar es un viaje de ida y vuelta «entre lo real y lo mágico, entre lo interior y lo exterior». Una necesidad de diálogo que llena el aire y el papel de preguntas, de misterio, de fragilidad y de fuerza.

Vida. Al contrario de lo que parece, las acuarelas son una técnica compleja. Dominarlas es como pretender dominar el agua. Por eso pintar con ellas es entregarse al azar. Con las acuarelas Adhara crea «micromundos de texturas que se crean porque sí con ayuda de agua y pigmento», nos cuenta. Como si fuera magia.

Orcas y ballenas. Se entrelazan en los cabellos de las «mujeres soñadoras y desafiantes» que plagan sus acuarelas. Para dibujarlas se inspira en las mujeres están o que han pasado por su vida: su madre, su tía, su hermana, su amiga Loles… «Me siento muy afortunada».

Caracoles. Para ella representan la filosofía slow life, que propone cosas como bajar el ritmo de nuestro día a día, potenciar el consumo local o disfrutar de la naturaleza. Ahora aparecen también en sus dibujos, porque se sintió muy identificada con ese ritmo vital aunque, confiesa Adhara: «A veces me cuesta llevarla a cabo y me encuentro corriendo por los pasillos del metro, camino del trabajo».