El proyecto está en marcha: construir un búlder en Katsikas, uno de los campos de refugiados más complejos en Grecia. Al frente se encuentra Habibti.Trains, asociación que ofrece espacios para el deporte a mujeres del campo. Su cofundadora y amiga de Sputnik, Emilia Debska, nos cuenta de dónde nace esta idea y el porqué de crear lugares solo para mujeres.
En el campo de refugiados de Katsikas (Grecia) hay poco que hacer. Cuando los militares griegos levantaron las primeras tiendas de campaña, cubrieron el suelo con piedras como las que tapizan las vías de tren. Era su manera de evitar que aquel erial, donde antes había un lago, se convirtiera en un lodazal debido a las copiosas lluvias que riegan la zona. Las piedras hacen que el andar de sus habitantes sea tambaleante y el dormir un tormento.
Katsikas se levantó en 2016 como un lugar de emergencia para alojar a las miles de personas que abandonaban sus casas escapando de conflictos en Siria, Afganistán o Irak. Y como tantas otras cosas, lo transitorio se convirtió en permanente y hoy en día aloja a más de 1.000 personas. Casi la mitad son menores de edad.
La gente que aquí habita vive en una incertidumbre infinita. No tienen estatus legal para establecerse como ciudadanos griegos –lo que les impide estudiar o trabajar–, los países europeos se pasan las peticiones de asilo como si de una patata caliente se tratara y no tienen ningún control sobre su futuro.
¿Y cómo hemos llegado en El Cohete a saber de Katsikas?
Mentes creativas
Emilia Debska es una mujer menuda, de pelo corto y ojos claros. Su hablar entusiasta y colorido deja entrever una sonoridad que ha atravesado fronteras. Su mayor sueño sería no tener que contarnos que planea construir un rocódromo en Katsikas, porque esto significaría que los campos de refugiados no existen. La realidad es que Emilia es cofundadora del proyecto Habibti.Trains (antes conocido como Women’s Sport) y autora de una investigación sobre la creación de espacios seguros para mujeres refugiadas para el Centro de Estudios Postcoloniales.
La filosofía de trabajo de esta organización rehúye del cliché de los refugiados como víctimas o receptores pasivos de ayuda externa.
Así que aquí estamos, en la Cantina de Sputnik, para saber más acerca de la construcción de este rocódromo, que se situará a pocos minutos a pie del campo, en las instalaciones de una asociación llamada Habibi.Works. Habibi es una palabra árabe que significa querido o amado y se usa tanto en una relación sentimental como entre amistades. La filosofía de trabajo de esta organización de origen alemán rehúye del cliché de los refugiados como víctimas o receptores pasivos de ayuda externa y se sitúa dentro del movimiento Makerspace: cada individuo es capaz de aportar ideas y generar sus propias soluciones en lugar de esperar a que la ayuda venga de fuera. Con este planteamiento, Habibi.Works ofrece talleres y herramientas a los makers, las mentes creativas de Katsikas.
Bajo el paraguas de esta asociación nació Habibti.Trains –habibti sería la forma afectuosa para dirigirse a mujeres–, que cuida de que las desplazadas tengan espacios para la práctica deportiva no mixta. El germen tuvo lugar en agosto de 2019, cuando un grupo de mujeres somalíes reclamó un lugar donde poder practicar deporte que no tuvieran que compartir con los hombres del campo. No se trataba del primer intento que hacían, pero cada vez que un grupo de mujeres ocupaba una jaima para tener un rato a solas, los militares tiraban las tiendas de campaña una y otra vez, apartándolas de nuevo de los espacios comunitarios, apartándolas una vez más a la vivienda familiar. Según relataba una de ellas, entrevistada por Emilia, “el campo no era un lugar seguro y mucho menos para las mujeres”.
‘No me sentía humana’
Supervivientes de un periplo que a veces las lleva de campo en campo de refugiados, muchas de estas mujeres tenían vidas profesionales en sus países de origen, donde podían desarrollar aficiones y redes de apoyo con familia y amistades. Sin embargo, una vez que llegan a los campos su vida se reduce a cuidar de su pareja y sus hijos. El cuidado exclusivo del núcleo familiar se convierte en una rutina que las salva y a la vez las ahoga, porque sencillamente no existe otra opción para ellas. Finalmente quedan aisladas de los espacios comunitarios, sin contacto con otras mujeres ni opción a desarrollar ninguna actividad alternativa.
“No podemos hacer nada, tenemos que estar siempre en casa. Estudié arquitectura y aquí no puedo trabajar”
El resultado, según relatan las trabajadoras de Habibi, es que estas mujeres terminan marcadas por el cansancio y la frustración, con síntomas psicosomáticos que van desde el insomnio o constantes dolores de cabeza a depresión y otros problemas de salud mental.
“La situación en el campo no es buena para las mujeres”, relata Nisreen, un nombre ficticio para esta arquitecta de origen afgano que pasó ocho meses en el campo de Moria (también en Grecia) antes de llegar a Kastikas. “No podemos hacer nada, tenemos que estar siempre en casa. Estudié arquitectura y aquí no puedo trabajar”, explica. Nisreen, que volvió a usar hiyab a su llegada al campo para “evitar cotilleos”, practicaba voleibol en Kabul. “Aquí en el campo de refugiadas me olvidé de quién era antes”, recuerda. “No me sentía humana”.
El encuentro con Emilia e Imán, la otra responsable de Habibti.Trains, fue crucial para darle forma al proyecto, que reserva las instalaciones comunitarias durante unas horas al día para la práctica deportiva de las refugiadas. Comenzaron con actividades sencillas como paseos, meditaciones, algo de gimnasia… Cualquier actividad resultaba suficiente para sacudirse la apatía de encima. Eran momentos en los que se atrevían a poner música, bailar, reírse o hablar de sus emociones. Las más arrojadas dejaban incluso que el velo se deslizara hasta el suelo. A la lista de actividades se han sumado el kickboxing, yoga o zumba. Y próximamente, la escalada.
“Esto no va de que nosotras empoderemos a las mujeres”, nos cuenta Emilia en referencia también a Imán, especializada en defensa personal femenina. “Son ellas –las refugiadas– quienes proponen lo que quieren hacer y nosotras tenemos el privilegio de poder facilitárselo”, puntualiza.
Creatividad y crowdfunding
La idea del rocódromo es algo que hace particular ilusión a Emilia, que ama la escalada: “Vi un proyecto en Instagram que se llama Maika’i Projects. Venían de construir un búlder en Uganda para niños y pensé que en Habibi sería maravilloso”.
“El proyecto de Uganda era más modesto que el de Katsikas y nos aportó una buena dosis de experiencia para enfrentarnos al de Grecia”, nos cuenta por teléfono Pablo Antolín, socio de Maika’i. Ahora mismo se están encargando de recopilar todo el material que no se puede obtener allí como presas, tornillos, crashpads o pies de gato. La contribución de rocódromos y aportaciones privadas es fundamental y esta vez, además, van a promover un crowdfunding para poder financiar el proyecto.
Mientras nos cuenta esto, los trabajos de acondicionamiento del suelo y cimentación ya han comenzado y tienen previsto viajar al terreno en mayo para comenzar a construir.
En el bosquejo de la instalación está involucrado Manolo Lli, mente creativa detrás de los diseños que ves en Sputnik y que también colaboró con los planos del rocódromo ugandés. Según nos cuenta Manolo, lo principal es poder construir con materiales que se puedan conseguir en la zona: “Son más baratos”, aclara, “y además allí hay mucha gente que tiene sus profesiones y pueden contribuir a la construcción”. Lo fundamental: que el rocódromo sea polivalente, duradero y barato. Como las lluvias en Katsikas son abundantes, la instalación contará con un tejadillo metálico que protege los módulos y varias paredes con diversas inclinaciones.
“Lo bueno de esta instalación es que se irá construyendo hasta donde se pueda y continuará cuando se consiga más financiación”, agrega Manolo. Respecto al uso este rocódromo, detalla Emilia, “va a estar abierto a todo el mundo y contará con horarios en que quedará reservado solo para mujeres”.
La conquista del espacio
Dejando a un lado frivolidades y la abismal distancia que separa las diferentes situaciones, la experiencia del confinamiento nos ha dado a los habitantes del primer mundo una vivencia sobre la privación de libertad y movimiento. Algo que viven millones de personas todos los días pero que los europeos no habíamos catado en nuestras propias carnes de una manera tan generalizada e impactante.
El impacto en las mujeres del campo ha sido meteórico: gracias al deporte han construido mejores redes de apoyo y ayuda mutua.
Esta experiencia es una ventana desde donde sensibilizarnos y apreciar el significado que tiene para un grupo de mujeres con poca libertad de movimiento poder salir del container en el que viven y ocupar tanto espacio público como su propio cuerpo. “La escalada es un deporte que te pone bastante fuerte, el cuerpo enseguida responde y físicamente ocupas también otro espacio”, transmite la responsable de Habibti.Trains.
El impacto en las mujeres del campo ha sido meteórico: gracias al deporte han construido mejores redes de apoyo y ayuda mutua. Ahora no solo cuidan de sus familias, también tienen un espacio en el que se sienten cuidadas por otras mujeres y se dan tiempo para sí mismas. En cuanto a salud mental, este sentimiento de pertenencia les hace sentirse más animadas y alegres. “Si hay algún deporte que haga referencia a la libertad de movimiento, es la escalada”, concluye Emilia. “No hay conexión más pura entre libertad y movimiento”.