“La escalada no fue amor a primera vista, pero hoy por hoy, ocupa casi todos los espacios de mi vida”, nos cuenta Karla. Llegó a España en 2019, donde vivió una situación de precariedad e incertidumbre. En este artículo nos relata su experiencia y la de otras personas que, como ella, encontraron en la escalada su refugio y herramientas para reencontrarse y sobrellevar sus complejas circunstancias.
Durante muchos años me he dedicado a la absurda, pero divertida, tarea de subir y bajar por las montañas, sin ninguna meta ni tiempo definido. El impulso siempre viene de la parte menos agraciada de mi cuerpo: los pies, aunque en los últimos años, siento decirlo, proviene del estado de mis rodillas. Un día me animé con un grupo a testear la escalada: había tantos artilugios de ferretería que sonaban deliciosamente uno contra otros, click, click en medio de un silencio ceremonioso mientras la primera persona ascendía… Todo era magnético hasta que fue mi turno y contra todo pronóstico ¡fue bien! y me sentía espléndida. Con el tiempo, esa estela mágica que cubría a la escalada se fue desvaneciendo: quizás fue el miedo a una mala caída, quizás fueron las críticas o la necesidad de quedar bien cuando por dentro no estaba así. Lo dejé al poco tiempo de empezar y no lo eché de menos. Hasta que mi vida cambió de rumbo.
Pandemia y aislamiento
Me mudé a España seis meses antes de la pandemia de 2020 y nada más llegar, pasé de ser ciudadana de pleno derecho en mi país, Ecuador, a quedar en situación administrativa irregular, una inmigrante “sin papeles” con una lista de imposibles (trabajo formal, cuenta bancaria, tarjeta sanitaria, conducir…) y el miedo a que me identificase la policía en la calle. Me convertí en una más del alrededor de medio millón de personas en situación irregular que viven España, aunque este dato es impreciso puesto que, como la Fundación porCausa (2020) advierte, “la irregularidad es, por naturaleza, un fenómeno difícil de medir con certidumbre”.
Fue estando sola como pude conectar con mi cuerpo, con mi mente, con mi entorno y poco a poco fui enfrentándome a situaciones más complejas
Todas estas circunstancias me hacían creer que formaba parte de un grupo de segunda categoría y el miedo a relacionarme con otras personas me llevó a un aislamiento que se agudizó con la pandemia. Pasaron así casi dos años y la idea de viajar a los lugares que tanto me gustaban se alejaba cada vez más, quizás por el desconocimiento, por el miedo o por la incapacidad económica de ese momento. Hasta que a finales de 2021 volví a un rocódromo y la visión que tenía sobre la escalada se transformó. Fue estando sola como pude conectar con mi cuerpo, con mi mente, con mi entorno y poco a poco fui enfrentándome a situaciones más complejas. Este nuevo descubrimiento despertó en mí una nueva razón para estar en el mundo.
Capacidad integradora
Mientras desarrollaba este texto, uno de los entrevistados, Luis Gil, coordinador de Maika’i en Vallecas, una asociación sin ánimo de lucro que promueve la escalada en menores en riesgo de exclusión, dio una de las mejores lecturas sobre la escalada: “la mayoría de veces es fracaso”. Quizás por eso, en un momento tan convulso de mi vida, significó tanto para mí. Este deporte te obliga a moverte en la incomodidad y el fracaso, pero cuando llegas a aceptarlo y a entenderlo te vuelves invencible. Y precisamente esto le ocurrió a Fabricio Angulo, quien practica escalada desde hace aproximadamente dos años: “Yo no me agarraba a unas presas, sino que eran las presas las que me sujetaban a mí. Era como si… de alguna forma, la escalada no me hubiera dejado caer en un pozo que, en ese momento, era bastante visible.”
Por eso, cuando todo está perdido fuera, la escalada te acoge como brazos de una madre después de un mal sueño: no hacen falta palabras para sentir que todo irá bien. Tal vez sea ese el motivo por el que se vuelve tan adictiva, hasta el punto de convertirla en el centro de tu vida.
cuando todo está perdido fuera, la escalada te acoge como brazos de una madre después de un mal sueño: no hacen falta palabras para sentir que todo irá bien.
Mi relación con la escalada coincidió con un momento en que comprendí hasta qué punto el acceso a ciertas actividades de ocio están atravesadas por la condición administrativa y la desigualdad social. El deporte, y la escalada en particular, posee una gran capacidad integradora y una universalidad que traspasa las barreras culturales, convirtiendo estos espacios en refugios para muchas personas. Sin embargo, la irregularidad pesa en muchos aspectos de la vida: emocional, físico o económico.
En los niños y niñas, el impacto es aún mayor. Como indica el diario Público, muchos de ellos “viven con miedo” y se ven excluidos de actividades escolares o deportivas que requieren un DNI o NIE. El Defensor del Pueblo lo confirma al señalar que existen restricciones para federarse y obtener licencias deportivas, lo que impide a estos jóvenes integrarse en equipos o competiciones.
Esto sin contar la barrera idiomática y el impacto que supone para el desarrollo de los niños y niñas separarse de sus orígenes y de su entorno. Esta situación es especialmente compleja en las aulas, donde ser diferente suele convertirse en motivo de discriminación. Como explica Domenech (2010), “los sujetos víctimas de la discriminación y segregación participan de un proceso de negación de la diferencia al rechazar sus particularidades, lo cual puede ser interpretado como una estrategia para sobrevivir en un medio escolar hostil, al reconocer el valor que se le otorga a la diferencia y evaluar el costo que supone ser diferente en el espacio escolar”.
Fabricio Angulo me menciona que le sucedió algo similar: “En mi adolescencia decidí cambiar mi acento para dejar de recibir burlas o críticas en el instituto. Ese hecho me hizo sentir que, al parecerme más a quienes me rodeaban, podía entender la vida como ellos y que se me abriesen muchas puertas, por lo que la adaptación fue bastante fácil. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que no fue lo más sano para mí. Desde que empecé a escalar, tomé más conciencia de quién soy, de lo que valgo, y comprendí que esa adaptación significó, en realidad, rechazar mis raíces y dejar de lado mi cultura, separándome un poco de mi familia y de mi origen en Perú”.
Esta experiencia muestra la dificultad que muchos inmigrantes, sobre todo de los más pequeños enfrentan para adaptarse, incluso si eso muchas veces implica la negación de su identidad.
Un espacio seguro
Su historia no es aislada. Andrea Posada quien vive en España desde los 21 años y a quien la escalada llegó a su vida casi por accidente en 2023, le ha sucedió algo parecido. Tuvo que modificar su acento paisa para que, como ella menciona, la entiendan mejor, incluso en un espacio tan seguro como la escalada. “Al final estoy en un lugar que no es mío y, si me quiero quedar, tengo que ser parte de él”.
Si bien ambos tienen el español como lengua materna, su acento sigue siendo un rasgo de diferenciación frente a los demás, situación que se vuelve aún más compleja si hablas otro idioma. Así lo expresa Jiazi, nacida en Cantón, al sur de China: “Cuando voy a la roca en grupo y yo soy la única extranjera, me siento un poco invisible. Como mi español no es muy bueno, no hablo mucho. Ellos conversan entre sí y yo me quedo sola, sentada aparte.” Aunque ella también defiende el carácter universal de la escalada: “Entre la gente que conoces no necesitas un idioma común. Todos intentamos comunicarnos, aunque sea con un gesto, para animar”.
El idioma puede ser excluyente pero el carácter fraternal de la escalada minimiza estas brechas ya que va más allá del esfuerzo físico: traspasa las fronteras culturales y se convierte en un espacio que invita a reconocerse y a abrazar nuestras singularidades.
El idioma puede ser excluyente pero el carácter fraternal de la escalada minimiza estas brechas ya que va más allá del esfuerzo físico: traspasa las fronteras culturales y se convierte en un espacio que invita a reconocerse y a abrazar nuestras singularidades.
Por ello, es importante transmitir estos valores y enseñanzas a niños, niñas y adolescentes migrantes, ya que forman parte de un grupo atravesado por múltiples aristas de desigualdad.
Luis Gil, representante de Maika’i, considera que este deporte posee una fuerza decisiva para el cambio social. Por esta razón, defiende mantener y difundir la filosofía de la escalada en todos los niveles, pero especialmente en menores. “Creo mucho en el poder igualitario de la escalada. Da igual el cuerpo que tengas o el contexto del que vengas… todos nos enfrentamos a la misma pared. Luego se verá quién tiene más o menos talento, pero en un primer momento todos somos iguales. Al final, el bloque depende solo de ti para resolverlo”, afirma.
Comenzar desde cero
Migrar es, de por sí, una separación dolorosa, por lo que comenzar desde cero implica un coste de oportunidad muy alto, sobre todo si se atraviesa en soledad y la familia queda dolorosamente lejos. Según El País, que recoge los datos del Barómetro de la soledad no deseada en la Comunidad de Madrid 2024, promovido por la Fundación ONCE y Fundación AXA, la soledad no deseada afecta especialmente a mujeres, jóvenes y extranjeros. La prevalencia entre personas nacidas en el extranjero o con padres nacidos fuera de España es casi el doble que entre los nacidos en el país con padres españoles (32,5 % frente al 17,8 %).
Sin embargo, en este contexto, la escalada ofrece compañía y comunidad. Esa red de apoyo se convierte en un analgésico para las ausencias. Tal y como menciona Andrea: «Los amigos que conseguí gracias a la escalada son quienes me mantienen cuerda para seguir en España. Me di cuenta de esto cuando fui a visitar a mi familia en Colombia en diciembre, allí regresé a mi zona de confort, pero al volver no me sentí sola porque escribí a mis amigos y les propuse hacer una cena. Pensé: ‘wow, ya tengo amigos, ya tengo dónde ir cuando estoy bien y cuando estoy mal’. Eso, siete años atrás, no me habría pasado.”
Actualmente, el ocio es únicamente para quienes ya han resuelto SUS necesidades [primarias], lo que excluye a muchos colectivos.
La historia de Andrea demuestra el valor humano de este deporte, pero si no se dispone de las condiciones materiales necesarias no se puede acceder ni disfrutar de él. Todos los entrevistados coinciden en que iniciarse requiere una inversión importante de recursos, lo que limita su democratización entre los extranjeros, especialmente entre los “sin papeles”.
Cada vez es más común observar diversidad cultural y racial en los rocódromos, pero esta realidad apenas se traslada a la escalada al aire libre. Salir a la roca implica tiempo, desplazamientos, entrenamientos continuos y materiales costosos, inaccesibles para quienes deben dedicar sus esfuerzos y atención en cubrir necesidades básicas. Luis señala que el ocio es un privilegio, pero debería plantarse como un derecho. “Actualmente, el ocio es únicamente para quienes ya han resuelto esas necesidades, lo que excluye a muchos colectivos.”
Las mujeres, las más castigadas por la precariedad
Esta situación nos conduce inevitablemente a hablar de género y la capacidad que disponen las mujeres migrantes de realizar alguna actividad física en solitario o de forma colectiva. En el informe de la Fundación porCausa se muestra que las mujeres sin papeles son el colectivo más castigado por la precariedad y los abusos, siendo el grupo con más presencia migratoria: 6 de cada 10 migrantes son mujeres, lo que representa un 58% del total de personas en situación administrativa irregular. En el caso de la escalada, esta ausencia es más llamativa, pese a ser un espacio con un enorme potencial integrador. Y aunque la equidad de género ha avanzado en algunos aspectos, aún queda mucho por hacer, especialmente en los espacios como la naturaleza, donde la mujer inmigrante está mucho menos presente.
Al final, si en los muros de escalada no vemos diversidad, no es casualidad. Esa ausencia refleja las desigualdades que todavía atraviesan a nuestra sociedad.
La realidad que vivimos resulta rara, oscura y llena de incertidumbre. Por eso es necesario dar luz a los aspectos que pasan desapercibidos en el día a día. Al final, si en los muros de escalada no vemos diversidad, no es casualidad. Esa ausencia refleja las desigualdades que todavía atraviesan a nuestra sociedad.
Desde este espacio animo a que se investigue más sobre el poder transformador de los deportes de montaña, y en especial de la escalada, como herramienta de integración social y cultural para personas históricamente excluidas.
La escalada no resuelve desigualdades estructurales, pero puede ser refugio para muchas personas. No obstante, mientras el acceso al deporte siga condicionado por la situación administrativa y los recursos económicos, la escalada seguirá siendo un muro. Espero que la crudeza de la vida no merme la fuerza del espíritu y nos permita acoger a quienes busquen en la montaña una mano amiga o un consuelo para seguir adelante.
Bibliografía
- Carter-Thuillier, B., López Pastor, V. M., & Gallardo Fuentes, F. (2017). Inmigración, deporte y escuela. Retos: Nuevas Tendencias en Educación Física, Deporte y Recreación, (32), 19–24. https://doi.org/10.47197/retos.v0i32.49993
- Domenech, E. (2010). Etnicidad e inmigración. ¿Hacia nuevos modos de integración en el espacio escolar? Astrolabio. Nueva Época, (1), 99–119. Universidad Nacional de Córdoba.
- Fundación porCausa. (2020). Personas en situación administrativa irregular en España. Fundación porCausa.
- Fundación porCausa. (2022). Esenciales. Una radiografía de la inmigración en España. Fundación porCausa.
- Moreno, A. (2025, 1 de febrero). No tener vínculos en Madrid: el epicentro de la soledad no deseada para los migrantes latinos. El País.
- Rodríguez-Alarcón, L. (2025, 19 de mayo). Ser menor extranjero en España. Público.