Entre el 7 de febrero y el 10 de marzo, Sílvia Vidal, ajena a todo lo que ocurría en el mundo, escalaba en solitario una vía nueva en la Patagonia chilena. Al regresar a casa se encontró con un planeta en estado de alarma y una humanidad confinada.
Es minuciosa –no deja un cabo sin atar– y hasta cierto punto hermética –únicamente contesta las preguntas que considera oportunas–. Las respuestas de Sílvia Vidal, perfectamente meditadas y directas, también reflejan el carácter de alguien excepcional que, dotada de una autoconfianza y determinación inusuales, no solo se enfrenta a sus miedos, sino que es capaz de convertir esa dialéctica interior en la brújula que acaba guiando sus pasos.
A través de las siguientes preguntas intentamos conocer algo sobre el trabajo introspectivo que existe antes y durante sus escaladas –casi siempre largas expediciones con aperturas kilométricas, absoluta soledad y aislamiento–. También si sus estrategias tienen transferencia a la situación actual, o a cualquier otra.
Pese a su concisión, vas a comprobar (algo que todos los seguidores de los artículos en los que narra sus aventuras ya sabemos) que Sílvia tiene una capacidad especial para comunicar y transmitir sus experiencias.
Sílvia, ¿cómo te encuentras tras la expedición?, ¿qué tal la energía?, ¿has perdido tus tres kilos de rigor?
Muy bien. Sí, los perdí. Ya los he recuperado.
Comparado con tus anteriores aventuras (especialmente con Espiadimonis, en la que prácticamente estuviste el mismo tiempo en la pared), ¿ha resultado muy duro esta vez?
Como las otras veces, aunque cada expedición es diferente. Esta ha sido físicamente dura a nivel de mover los petates por la complejidad del recorrido: grandes péndulos, travesías, techos, repisas… Días enteros sólo para moverlos un par de largos. Alaska lo fue por los 540 kilómetros de porteos y los osos. La anterior en Chile, por los 32 días en pared, de los que 16 fueron de confinamiento en la hamaca sin salir de ella. Y así…
¿Y psicológicamente?
Siempre hay momentos duros, porque hablamos de dos meses en lugares con compromiso, donde todas tus emociones y pensamientos negativos irán contigo; no se quedan en casa.
Conociste la zona en 2012, ¿por qué, después de ocho años, decides volver?
Decidí volver a Chile porque la pared que apareció estaba en Chile y cuesta encontrar paredes de estas características. No es la misma zona; el entorno (selva valdiviana vs glaciar) y la méteo (llueve más fuerte en Serranía Avalancha y llueve mucho pero no tan torrencial y hay más viento en Cerro Chileno Grande) son diferentes.
¿Cuándo tuviste noticia de la declaración del estado de alarma?
El 18 de marzo.
¿Y cómo encuentras Barcelona cuando llegas?
Vacía.
¿Te ha dado tiempo a poner en orden las ideas y a formarte una opinión sobre esta situación… única, al menos para nuestra generación?
De momento, gestionando la postexpedición que suele llevarme unas semanas el regresar y aclimatarme a la civilización; procesando lo vivido allí.
Las estrategias que has desarrollado a lo largo de tu vida para pasar meses aislada y sola ¿son extrapolables al confinamiento en casa?
Las condiciones de este confinamiento son diferentes de las de las expediciones, pero desde el punto de vista de cómo llevar el confinamiento, son extrapolables. Tengo claro que el confinamiento no es igual para todos y hablo sólo por mí. Aquí tengo agua del grifo y caliente, puedo comunicarme con la gente, no hace frío ni me mojo y no paso ni miedo ni hambre.
No he podido ver todavía a familiares y amigos (desde hace tres meses) y vivo la incertidumbre del momento. Pero ambas cosas también las sufro en las expediciones.
Cuando me encuentro con una situación nueva que no sé cómo llevar, simplemente experimento opciones varias, me muevo por ensayo-error. Aplico lo conocido y, si no funciona, improviso.
¿Puedes resumir estas estrategias?
Pienso que todo lo que nos pasa es porque podemos llevarlo. Que todo es temporal. Que todo es para bien, para mejor. Cuando me encuentro con una situación nueva que no sé cómo llevar, simplemente experimento opciones varias, me muevo por ensayo-error. Aplico lo conocido y, si no funciona, improviso.
Con el oso [ver pregunta más adelante] hice primero lo que los manuales recomiendan, como no funcionó, improvisé.
En cualquier caso, encuentro mucha diferencia entre querer estar sola y tener que permanecer encerrada en casa…
Pienso que no escogemos tanto como queremos creer, pero que sí que tenemos la capacidad de escoger cómo gestionar cada situación que nos toque vivir. Escogí ir a Chile, y se dio. Pero podría haberme lesionado antes de ir, haber pasado algo a nivel familiar que me retuviera o que un virus atacara al planeta entero y no se pudiera ni salir a la calle… No pasó nada de eso y pude ir. ¿Lo escogí? Escojo cómo llevar cada una de esas posibilidades, pero lo que realmente suceda…
Hablemos de la soledad, de la que uno escoge. ¿De dónde surge tu necesidad –¿es una necesidad?– de, cada cierto tiempo, permanecer en soledad absoluta? Y no solo eso: también aislada e incomunicada (sin radio ni teléfono), en un entorno duro y comprometido como es la escalada a una gran pared en montañas lejanas.
La soledad es para mí una necesidad temporal, no una manera de vida. La uso como herramienta, igual que la escalada. Estando solo, tienes que dar respuesta a todo, por tu cuenta. No hay con quien comentar, compartir, ayudar… Poder dar respuesta a todo lo que nos va sucediendo es nuestra “respons-habilidad”. Cuando dejas de estar en soledad, lo compartes.
Otra voz (tu misma voz) te empieza a contar todo aquello que con el ruido del entorno no podías oír. Escuchar esta voz da miedo porque sabes que todo lo que te cuente es verdad.
¿Por qué en general se tiene miedo a la soledad? ¿Tiene algo que ver con el miedo a uno mismo, a escucharse?
La soledad, y con ella el silencio, nos habla y nos cuenta cosas que no queremos escuchar. Cuando estas solo, por días, toda nuestra charla mental (la que ensayamos cada día y nos la hacemos nuestra, única e inalterable) se desvanece y otra voz (tu misma voz) te empieza a contar todo aquello que con el ruido del entorno no podías oír. Escuchar esta voz da miedo porque sabes que todo lo que te cuente es verdad, y temes que esa verdad no se ajuste a tu día a día.
¿Qué le dice Sílvia Vidal a Sílvia Vidal después de unos cuantos días en la hamaca sin poder escalar, 10 días lloviendo, sin saber si se podrá bajar de allí, sin conocer la méteo…? ¿Se establece un diálogo?
¡Todo está bien! ¡Esta situación cambiará! Siempre cambia. Aunque tal vez no cambie exactamente como te gustaría; pero cambiar, cambia.
¿En tu vida cotidiana, eres una especie de lobo estepario?
Un lobo estepario no te contestaría estas preguntas.
¿Cómo es la Sílvia Vidal urbanita, la Sílvia que espera dos, tres años para volverse a largar de expedición?
Pequeña, pelo largo, ojos azules y cero ganas de compartir en una web su intimidad.
“En pared lo más difícil es saber estar”. ¿Qué quieres decir con esto?
Estar en el momento presente, sintiendo todas tus dudas, miedos, sensaciones físicas (frío, hambre…), incertidumbres… Saber estar allí con tus miedos, que parece que se ponen en fila para ir apareciendo uno detrás de otro. Para poder actuar en consecuencia (encararlos) y aguantarlo por semanas.
El miedo (…) es la referencia de hacia dónde tengo que ir. ¿Me da miedo ir de expedición? ¡Voy!
Me gustaría saber cómo manejas el miedo y la incertidumbre (y no solo durante la escalada sino cuando te preparas para viajar), seguro que muy presentes en todas tus aventuras, hasta convertirlos en herramientas.
El miedo lo detecto, por similitud, con otras vivencias que no tienen porque ser ni parecidas. Por sensaciones. Es la referencia de hacia dónde tengo que ir. ¿Me da miedo ir de expedición? ¡Voy!
¡Y el hambre?
Es de los temas duros de llevar. A menudo estás pasando hambre con un petate lleno de comida al lado. No puedes comer más de lo calculado porque la comida está racionada para los días de permanencia en la pared. Es una batalla diaria para que tu cuerpo no te controle. Cuesta…
[En Alaska] Un oso apareció en mi campamento. Estaba dentro de la tienda y venía hacia mí. Grité y salí de la tienda, haciendo todo lo que los manuales proponen que hagas.
Un oso te visita la primera noche en Alaska. Empieza a romper cosas. Decides acercarte y hablar con él… Me flipa esa historia. Voy a hacer como los niños: ¿me la cuentas otra vez, porfa? Ahí sí que hubo miedo de verdad, ¿o no?
Un oso apareció en mi campamento. Estaba dentro de la tienda y venía hacia mí. Grité y salí de la tienda, haciendo todo lo que los manuales proponen que hagas; mover los brazos para que parezcas más grande, gritar con voz grave, hacer ruido… Hice todo esto y más, pero el oso, ni caso.
Seguía intentando abrir los petates, los bidones (antiosos) que contenían la comida… Me rompió un bidón de agua. Llevaba un spray antiosos, que sólo se puede usar si te ataca y le aciertas bien el hocico. Para ahuyentarlo está totalmente desaconsejado, sería peor.
Tenía el spray a punto, apuntándole, observando qué movimientos hacía.
Pasé mucho rato así, y al final, dejé el spray en el suelo. Levanté los brazos y le dije (en catalán): “Vengo en son de paz. Te pido permiso para entrar en tu territorio”. Y se fue. A los días, andando entre matojos, me topé de cara con un grizzli (los más grandes) y directamente hice lo mismo, y se apartó rápido del camino.
Pasé once veces (con los porteos de todos los petates) por esa zona los siguientes días; lo olía, lo sentía, veía sus huellas… Pero ya no lo vi a él ni a ningún otro oso.
La historia del oso me parece que da pistas sobre cómo te integras en los paisajes que visitas. En tus viajes recorres lugares muy variados, convives con otras culturas. ¿Desde dónde se produce esa relación con el entorno (físico, social, cultural…)? ¿Tienes alguna premisa cuando aterrizas en un lugar lejano?
Pedir permiso de acceso.
Una última pregunta: Zodiac 1995–Sincronia màgica 2020. Y, entre medias, decenas de aventuras. Muchas son vías difíciles, primeras… En cambio siempre te hemos oído decir que la vía es lo de menos, que importa el cómo, no el qué y que, en definitiva, se trata de un camino de vivencias. ¿Un camino hacia dónde?
Un camino hacia ningún lugar concreto. Caminar y poder alegrarse de que haya camino.